Llegó la tarde
y él entonces
esperó la noche.
Agazapado
omnívoro
dos veces su reloj
no pudo hablar.
Y quien no habla
quien no pide
quien no llora
nunca comerá.
Pero este no es el caso.
Él probó la nube
más jugosa
y el susurro de los mirlos.
El agua y el reflejo
de la luna
suplicaron aire.
Él les concedió
la gloria eterna
de escuchar los vendavales
y adorarlo.
Y al lobo que acechaba
los restos del cadáver
apenas lo miró
torció la cara
y lo dejó de postre.
Silvia Rodríguez Ares
7/11/2016