Todo queda en su lugar
porque ella no ha pasado
y no ha visto el árbol navideño
que no armé.
Si ella lo mirase,
el hueco de la mesa sería verde,
mis manos serían copos de algodón,
un duende colgaría las guirnaldas en mi pelo
y yo -con esos ojos-
abriría los regalos en el aire
antes de que el sueño
diga doce.
Nada dolería tanto entre los dientes
porque los niños
siempre vuelven
a reír.
Silvia Rodríguez Ares
11/12/2013
Foto: © Benoit Courti