Usaré el vestido
que nunca te gustó.
Las flores en las uñas,
el néctar en los ojos.
La canción
de amor y eternidad
la guardo en el cajón del aire:
mi boca siempre fue
de rama en rama.
El pasillo es muy angosto,
el techo está colgado de un ciprés
y la persiana cruje.
Al rato de vestirme
agrego purpurina
y avanzo por la selva
como si nada fuese a terminar.
No hay luz a mis espaldas
ni tengo ganas de decirte
volvámonos a casa.
Silvia Rodríguez Ares
31/12/2013