Los restos del amor
no sirven para nada.
En una caja, en una bolsa.
En desorden.
Pesa demasiado
lo que no se muere.
Enciendo un fósforo
y me voy.
Arden las pestañas,
la garganta y la cutícula de Dios.
Ahora, sí.
Puedo llorar.
Silvia Rodríguez Ares
26/2/2014